Las paredes del Consejo Real estaban cubiertas de terciopelo carmesí, tapices antiguos y escudos heráldicos tallados a mano. Pero lo que dominaba la sala no era la historia ni la opulencia: era el silencio cargado, la amenaza latente, la tensión de hombres y mujeres que hablaban con gestos y decidían con la espalda recta.
Elian estaba en el centro.
Vestía de gris oscuro, sin el distintivo azul real. Un gesto político claro. No venía como heredero sumiso, sino como interlocutor incómodo. Como alguien que entendía demasiado bien los límites de su poder... y estaba dispuesto a empujarlos.
Frente a él, trece miembros del Consejo Real ocupaban la mesa semicircular. Ancianos algunos, otros en la cúspide de su madurez política. En el cent