El Palacio Eirenthal dormía.
A esa hora, las luces ceremoniales ya estaban apagadas, y solo los corredores principales mantenían su tenue iluminación dorada para los rondines nocturnos de la guardia. Las cámaras de seguridad del ala oeste seguían patrones rotativos cada 18 minutos, con 7 minutos ciegos entre un barrido y otro. Leonor había calculado los tiempos. Anya solo tenía que confiar en ellos.
La llave pesaba en su bolsillo.
Se la había llevado durante dos semanas, sin saber dónde encajaba. Sin imaginar que la inscripción en alemán ceremonial no era solo una referencia literaria, sino una dirección literal: Custodia Silentii. En un mapa antiguo del palacio, descubierto por azar en una noche d