seguir adelante

La habitación estaba en penumbra. Las cortinas estaban corridas, y el suave murmullo del atardecer se colaba entre las rendijas. El aire olía a lavanda, como si alguien hubiera intentado, con esmero, crear un refugio de paz en medio del caos. Anne estaba acostada en la cama, de lado, mirando un punto invisible frente a ella. Su rostro aún lucía pálido, sus ojos hinchados por el llanto. No lloraba ya. El dolor había llegado a ese punto en que las lágrimas se secan, pero el pecho arde.

Alexander se sentó junto a ella, en silencio, observándola. No sabía qué decir, pero no necesitaba palabras. Le tomó la mano con suavidad, besando sus nudillos con una delicadeza que parecía temblar. Ella no reaccionó de inmediato. Solo alzó ligeramente la mirada hacia él. Sus ojos se encontraron. Dolor y amor. Pérdida y presencia.

—Estoy aquí, Anne —susurró él, rompiendo el silencio.

Ella parpadeó, como si sus palabras hubieran despertado algo. Luego, su cuerpo tembló apenas, y una lágrima solitaria esca
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