Eran casi las nueve de la noche cuando Evan entró en su habitación del hotel. Aunque el día había sido largo y agotador, no podía quitarse de la cabeza la imagen de su hermana liderando la jornada. Anne había caminado segura, firme, escuchando a todos, dando instrucciones con una mezcla de dulzura y autoridad que desarmaba incluso a los más escépticos.
Se dejó caer sobre la cama y, luego de unos minutos en silencio, tomó su celular. Había una llamada pendiente. Su madre, Elizabeth, le había escrito más temprano preguntando cómo iba todo, y él le había prometido devolverle la llamada esa noche.
Activó la videollamada. Al segundo timbre, ella respondió.
—¡Hijo! —exclamó Elizabeth con una sonrisa cálida, acomodándose el cabello. Estaba en la cocina de su casa, con una taza de té en las manos—. ¿Cómo estás? ¿Cómo va todo con tu hermana?
Evan sonrió, pero su rostro mostraba cierto cansancio.
—Bien, mamá. Muy bien. Aunque… estoy agotado. No pensé que las revisiones en las sedes fueran tan d