Eran las 7:30 p.m. Todo estaba en calma, demasiado. En la cocina, el olor a salmón horneado llenaba el aire junto al aroma dulce de la tarta de limón. Había pedido una cena sencilla pero acogedora. Era la primera vez que Patrick cenaba en la casa desde hacía meses. Y esta vez, no era solo una cena.
Alexander ya estaba en casa. Se había quitado el saco y aflojado la corbata apenas cruzó la puerta. Se acercó a mí, me abrazó y dejó un beso en mi frente. No necesitábamos muchas palabras. Él sabía lo que iba a pasar esa noche.
—Lo voy a hacer —le dije en voz baja.
—Estoy contigo —respondió simplemente, sin soltar mi mano.
A las 8:01 sonó el timbre. Era Patrick. Lo vi por la cámara. Llevaba su camisa blanca arremangada y el gesto relajado de quien intenta parecer tranquilo, aunque yo sabía que no lo estaba.
Le abrí la puerta personalmente.
—Hola, hermanita —dijo con una sonrisa ladeada.
—Hola, Patrick. Me alegra que vinieras.
Entró con paso seguro. Saludó a Alexander con un apretón de manos