Me levanté muy temprano. Mi coche no estaba en el garaje; seguía aparcado en las oficinas de Alexander. Hoy sería la junta más importante desde que me convertí en la CEO de la empresa. Siempre había asistido a esas reuniones como parte del equipo directivo o en representación de mi padre o abuelo, pero hoy… hoy era diferente. Hoy era mi junta.
Me puse mi mejor traje ejecutivo: saco sastre, falda tubo cinco centímetros arriba de la rodilla, blusa de seda blanca y tacones negros de diez centímetros. Me miré en el espejo: mis ojos brillaban con algo que no era miedo. Sonreí. No tenía por qué temer.
—Buenos días, Annie —la voz adormilada de Alexander llegó desde la cama.
No había querido despertarlo. Eran las siete y media. Estaba por salir rumbo al corporativo; quería supervisar que todo estuviera en orden.
—Te levantaste muy temprano —murmuró.
—Sí. La junta es a las nueve. Quiero estar allá al menos media hora antes. Habrá desayuno en el break... si es que alguien quiere comer después d