La cena se servía en el gran comedor de la mansión Lewis-Benson. La mesa, de madera oscura y reluciente, estaba adornada con candelabros clásicos y vajilla fina. El aroma a cordero al romero flotaba en el aire, mezclado con las risas suaves y las conversaciones entre los hombres que ya esperaban. Anne entró con una mano en su vientre, instintivamente, aunque apenas había comenzado a notarse. A su lado, Alexander la ayudó a tomar asiento con ese cuidado casi exagerado que tenía desde que descubrieron su embarazo.
—Estoy embarazada, no de porcelana —bromeó ella, en voz baja. Alexander le respondió con una sonrisa culpable.
—Me gusta asegurarme de que todo esté bien.
Al otro lado de la mesa, Jonah, su padre, la observaba con una mezcla de orgullo y preocupación. Aunque su rostro era sereno, sus ojos decían más. Anne era su hija menor, su fuerza disfrazada de fragilidad. Verla embarazada, con una enfermedad crónica que amenazaba su salud, lo mantenía en constante alerta.
Gabriel, siempre