Después del abrazo, el silencio cayó con un peso insoportable. La incomodidad se instaló en el ambiente como un velo espeso. Nadie parecía atreverse a pronunciar la primera palabra, hasta que Patrick, con el rostro endurecido y la mirada gélida, rompió ese mutismo.
Él se mostraba reacio a acercarse a la mujer que había creído perdida durante tantos años.
—¿Por qué fingieron estar muertos? —preguntó al fin, su voz tan fría y metálica que se sentía como un cuchillo atravesando el aire. No era la voz de curiosidad que Anne conocía en él, ni la calidez de un hermano mayor protector, sino un tono cargado de resentimiento. Miró fijamente a Katherine y a Marie—. Y tú, abuela, ¿por qué nos ocultaste que mi madre y mi hermano estaban con vida? Ustedes dos… —señaló con un gesto acusador a las mujeres— nos robaron una vida. A mi padre, a Anne, a mí… pero también a Evan. Le arrebataron la oportunidad de crecer con nosotros, con sus hermanos, con su padre. Nos privaron de lo más sagrado: estar jun