El cielo sobre Los Ángeles estaba cubierto por nubes pesadas, con ese gris metálico que anunciaba tormenta. Eleanor Lewis observaba la ciudad desde la terraza de su mansión en Beverly Hills, con una copa de vino tinto en la mano. Su vida, pensaba, era perfecta. Filántropa, viuda respetada, rostro habitual en galas benéficas y revistas de sociedad.
Nadie hablaba ya del accidente aéreo en Sacramento, hacía más de veinte años, cuando un avión comercial con decenas de pasajeros cayó envuelto en llamas poco después de despegar. Entre ellos, la esposa de Jonah Lewis Jr., su hijo de pocos meses y todos los demás que aquel día tomaron el vuelo equivocado.
Una “tragedia sin culpables”, lo llamó la prensa.
Pero Eleanor sabía la verdad: aquel accidente no fue un error mecánico. Fue planeado. Fue su plan.
Durante veinte años había vivido convencida de que nadie podría jamás vincularla con aquello. Hasta hoy.
Porque esa tarde llegó la carta.
Un sobre sencillo, crema, sin remitente, con su nombre e