Una tarde llegó una visita que nadie esperaba, que a todos sacó de balance, excepto para una persona: Gabriel Lewis, quien había convocado a esa persona.

William tenía cerca de cuatro meses sin poner un pie en la mansión donde había vivido casi toda su vida, la casa de su padre... o de quien hasta hace pocos días creía que lo era.

—Buenas tardes, tengo una cita con Gabriel. Me dijo que lo viera aquí, no entiendo el motivo —habló con voz tensa al mayordomo, a quien conocía de toda la vida—. Me dijo que lo viera aquí, a las seis de la tarde. Por lo que sé, a esa hora aún Anne y los demás se encuentran fuera de casa —su voz se escuchaba tensa. ¿Qué diría la gente si lo veían ahí? Si su madre se enteraba, lo consideraría un traidor.

—Señor William, me dieron la orden de conducirlo al comedor exterior —dijo el mayordomo—. Haga el favor de seguirme, lo están esperando —añadió el viejo sirviente mientras se daba la vuelta para abrirle paso. William asintió. No sabía qué esperar, pero lo únic