Evan entró en la casa silenciosa, con los hombros cargados por una mezcla de angustia, impotencia y emociones que no podía nombrar. Cerró la puerta con suavidad, como si temiera despertar un recuerdo dormido, y dejó la mochila en el perchero de siempre. Katherine, su madre, lo esperaba sentada en el sofá, con una taza de té en las manos. No necesitó preguntarle nada: con solo ver el rostro de su hijo, supo que algo había ocurrido.
—¿Cómo está ella? —preguntó, sin rodeos, cuando él se sentó frente a ella.
Evan la miró con los ojos llenos de una tristeza que se esforzaba por ocultar. Su madre lo conocía demasiado bien como para que pudiera fingir.
—Tiene esclerosis múltiple…y además se encuentra embarazada —dijo, con voz baja, como si pronunciar esas palabras hiciera más real la pesadilla—. Pero lo dijo con calma, como si ya hubiera hecho las paces con ello. Dijo que estaba controlada.
Katherine cerró los ojos por un segundo. Sintió que le faltaba el aire, como si un puño invisible le a