Abriendo el corazón (1era. Parte)
La misma noche
Palermo, Sicilia
Adler
Dicen que la rabia no es buena consejera. Que cuando se cuela en la sangre, lo hace como un veneno lento, nublando el pensamiento hasta convertirnos en bestias sin razón. Nos descontrola, nos arrastra como una corriente feroz que nos ahoga antes de darnos cuenta de que nos metimos demasiado hondo. Y lo peor… es que cuando abrimos los ojos, ya es tarde. El desastre está hecho, las ruinas a nuestros pies, y no hay vuelta atrás.
Tal vez sea parte de nuestra esencia más primitiva, ese instinto salvaje que vive agazapado dentro de nosotros, esperando el momento exacto para despertar. Algunos logran domarlo, convertirlo en un arma fría, afilada, letal solo cuando es necesario. Pero otros… otros somos fósforos, encendiéndonos al menor roce, consumiéndonos en llamas sin pensar en lo que dejamos atrás.
Y luego están los que no solo se queman a sí mismos, sino que arrasan con todo a su paso. Los que no distinguen entre amigos o enemigos cuando la furia toma