Mi vida contigo (2da. Parte)
Unos días después
San Petersburgo, Catedral de San Isaac
Adler
Algunos dicen que regresar de la muerte es un milagro. Tal vez lo sea. Pero después de estar ahí, en ese umbral frío y oscuro donde nada te pertenece, donde no tienes más que el eco de tus propios errores, entendí que el verdadero milagro no es abrir los ojos otra vez. No. El verdadero milagro es volver a los brazos de quien amas.
Eso le da sentido a todo el dolor, a cada cicatriz, a cada segundo de agonía. No es simplemente sobrevivir… es querer vivir. Vivir de verdad. Con hambre. Con sed de esos momentos que antes dejabas pasar como si fueran eternos. Ahora cada palabra, cada mirada, cada gesto, pesa distinto. Se graba en la piel, en el alma, como un tatuaje invisible.
Empiezas a escuchar las voces con más atención, a leer los silencios, a sostener las miradas un segundo más largo. Descubres lo valioso de una mano que te roza sin querer, de una risa compartida, de un abrazo que no necesita razones. Aprendes que el tiempo