Un tiempo después
Palermo
Oriana
Dicen que las nuevas vidas traen consigo tiempos de cambio, de bonanza, de felicidad... Y en parte es verdad. La llegada de un hijo no solo transforma una casa, transforma el alma. Lo remueve todo, desde las certezas hasta los miedos más escondidos. Pone el mundo patas arriba, sí… pero lo hace con dulzura, como una tormenta que, en lugar de destruir, construye nuevos paisajes.
Porque no se trata solo de traer una vida al mundo, se trata de convertirse en alguien nuevo también. De aceptar que ya no se camina por uno mismo, que hay una pequeña existencia que dependerá de nosotros incluso antes de aprender a respirar con fuerza. Y en ese proceso, uno se reinventa. Aprendemos a amar con un instinto que no sabíamos que teníamos, a proteger con una fiereza que nace desde lo más hondo.
No hay manuales. No hay fórmulas perfectas. Solo hay amor… y miedo… y la promesa silenciosa de hacer lo mejor posible, aun cuando no sepamos exactamente cómo. Ser madre no