Epílogo

Palermo

Adler

Dicen que el hombre tiene la capacidad de reinventarse, de levantarse de las cenizas y dejar atrás ese pasado doloroso. Que puede renacer, sí, pero no lo hace solo. Necesita una chispa. Una mano extendida. Una voz que no tema tocar sus heridas. Un abrazo que no exija explicaciones. Y esa persona, esa capaz de mirarte a los ojos y decir “estoy aquí” cuando todo se derrumba… esa no se encuentra todos los días.

Y si la encuentras, si tienes la dicha de cruzarla en tu camino… entonces sujétala con fuerza, con gratitud. Porque no todos tienen la suerte —ni el valor— de apostar por una locura llamada amor. Yo sí la encontré.

Hace años, en medio de mis ruinas internas, apareció ella: Oriana, mi compañera, mi tormenta y mi calma, mi sol en los días nublados y el faro en mis noches más oscuras. Y me sostuvo. No solo con sus palabras, sino con su manera de mirarme sin miedo, con sus silencios que sabían decir más que mil discursos, con su ternura feroz, con su amor que me reconstr
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