Romper Corazones.

CAPÍTULO 2

ANTONELLA SALVATORE

ROMPER CORAZONES

El sonido de la alarma me obliga a abrir los ojos. No quiero levantarme todavía, pero el deber me llama. Trabajo es trabajo, y no me puedo dar el lujo de fallar.

Suspiro, me doy ánimos y me incorporo lentamente. Camino al clóset mientras me froto los ojos, y elijo un conjunto de dos piezas en color azul. Elegante pero discreto, perfecto para una jornada que promete ser exigente.

Entro al baño, abro la ducha y dejo que el agua caliente me despierte por completo. Lavo mi cabello, ese aroma a coco del champú me relaja más de lo que debería. Me enjabono, me aclaro y cuando ya estoy completamente limpia, salgo con una toalla rodeando mi cuerpo.

Frente al espejo, seco mi cabello y me hago unas suaves ondas. Hoy quiero verme profesional, pero también sentirme bien conmigo misma. Me visto con cuidado, reviso que todo esté en orden y salgo directo al comedor, donde mis padres ya están sentados desayunando.

—Buenos días, mamá. Papá.

—¡Buenos días! —responden al unísono con una sonrisa.

Mi padre me observa con esa expresión cómplice que siempre tiene cuando me ve arreglada.

—Qué guapa estás hoy, hija. No parece que vas a trabajar… sino a romper corazones.

—Amor, deja de molestarla —interviene mi madre, divertida.

—Ja, ja, ja, no, papá. Sí voy a trabajar. Hoy llegan nuevos inversores a la empresa y tengo que estar presentable. Son reuniones importantes —digo mientras me sirvo una taza de café.

Me gusta compartir estos pequeños momentos con ellos. Son simples, cotidianos, pero me recuerdan de dónde vengo. Mis padres me criaron con esfuerzo, y aunque ahora trabaje en una gran empresa, nunca olvido mis raíces.

PRIMEROS DÍAS

—Los amo —expresé con una sonrisa.

—Suerte, Antonella —dijo mi madre.

—Gracias, mamá.

—Voy saliendo también, hija. ¿Te llevo hasta la empresa? —preguntó papá.

—Claro, papá. Gracias.

Mi nombre es Antonella Salvatore, tengo 26 años. Vivo con mis padres en una modesta casa, en una zona poco conocida de la ciudad. Trabajo como asistente del CEO en una de las empresas automotrices más importantes de Roma: Ferrer & Asociados.

Llevo tres meses en el puesto y, desde el primer día, he dado lo mejor de mí. Cada jornada es un nuevo desafío.

Voy con papá en su auto, camino al trabajo. Conversamos sobre cosas triviales mientras observo el tráfico, que por suerte hoy está más fluido que de costumbre. En pocos minutos, ya estamos frente al edificio.

—Gracias, papá —le digo con cariño, dándole un fuerte abrazo antes de bajar.

Ingreso directo al edificio y me dirijo al área de juntas. Aún no ha llegado nadie, así que aprovecho para revisar las carpetas con los contratos de los nuevos inversionistas y organizar cada puesto con sus respectivos documentos. Me parece extraño que todo esté tan tranquilo considerando la importancia de la reunión.

Al regresar a mi escritorio, noto que Marta tampoco ha llegado. ¿Le habrá pasado algo?

Me acomodo en mi pequeño rincón dentro de la oficina del CEO y me concentro en organizar la documentación. De pronto, escucho el sonido del ascensor. Levanto la vista. Ahí está él: Emiliano Ferrer, impecable, elegante como siempre. Disimulo, fingiendo que no lo he notado.

FLASHBACK

Aquel día llegué puntual. Me habían llamado para una entrevista como asistente de presidencia y, aunque los nervios me dominaban, no podía dejar pasar la oportunidad. Necesitaba el trabajo con urgencia.

—Buenos días —dije a la recepcionista.

—¿Vienes a la entrevista para asistente del CEO? Llegaste justo a tiempo. El señor Ferrer aún no ha llegado, pero podés subir. Marta, su secretaria, te recibirá.

Subí al último piso y allí estaba ella, sonriente.

—Buenos días, ¿vienes para la entrevista? —preguntó Marta.

—Sí, soy Antonella Salvatore.

—Llegaste temprano, eso es buena señal. A Emiliano le importa mucho la puntualidad. Tomá asiento, ya casi llega.

A los pocos minutos, escuchamos una voz firme.

—¡Buenos días, Marta!

—Buenos días, señor Ferrer. ¿Cómo estuvo su fin de semana?

Lo miré… y me quedé sin palabras. Jamás había visto un hombre tan atractivo en persona. Alto, seguro, elegante. Algo en su mirada me hizo contener el aliento.

—Tenemos a la candidata para el puesto esperando, señor.

—Perfecto. Hacela pasar.

Cuando entré a su oficina, sus ojos se posaron en mí con curiosidad.

—Vaya… eres joven… y muy bonita —murmuró, quizás sin darse cuenta de que lo escuché.

—Buenos días, señor —dije, ocultando el rubor que subía a mis mejillas.

—¿Tu nombre?

—Antonella Salvatore.

La entrevista fue directa. Le conté sobre mi formación, mis habilidades, y mi experiencia en administración, atención al cliente y organización ejecutiva. Él escuchaba con interés.

—Tenés el perfil exacto que necesito —dijo—. ¿Podés empezar hoy?

—Por supuesto, señor. Le agradezco la oportunidad.

Así empezó todo.

FIN DEL FLASHBACK

Volviendo al presente, Emiliano y yo regresamos a la oficina después de un almuerzo compartido. Vamos en su auto, en silencio. Un silencio que, curiosamente, no es incómodo.

—¿Pasa algo? —pregunta de pronto—. ¿Te molesté?

—No… solo me parece extraño. Usted es mi jefe, y yo su empleada —digo con honestidad.

—Puede parecerlo, pero yo no lo veo así. Todos somos humanos, Antonella. Si te preocupa la diferencia de clase o mi estatus, te aclaro que eso no significa nada para mí.

Subimos juntos en el ascensor. En minutos, cada uno está en su lugar. La reunión con los socios dura dos horas y termina con resultados positivos. Emiliano parece satisfecho.

Finalmente, llega la hora de mi salida. Estoy agotada, pero satisfecha por un día productivo.

—Es bueno saber que no tengo un jefe prepotente —me atrevo a decir.

Él sonríe.

—Fui criado por una mujer excepcional. Le debo todo lo que soy. Sin ella, habría sido otro niñito rico y arrogante. Pero ella me enseñó que todos valemos por igual.

—Lo felicito por eso, señor Ferrer. Es bueno saberlo.

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