CAPÍTULO 3
ANTONELLA SALVATORE PRIMER BESO Me sorprende el repentino interés de mi jefe en mi vida personal. Hasta ahora, jamás había demostrado curiosidad por nada que no fuese estrictamente laboral. ¿Acaso notó que suelo mirarlo cuando está distraído? La verdad es que me cautivó desde el primer momento. Su elegancia impone, sus ojos color miel hipnotizan y esa voz ronca… podría escucharla todo el día. Recuerdo que, mientras me explicaba mis funciones en la empresa, no pude evitar mirar sus labios. Se movían con una sensualidad que me desconcertó. —El almuerzo estuvo delicioso, Emiliano. Gracias —le digo con una sonrisa. —Me alegra que te haya gustado. ¿Te gustaría cenar conmigo esta noche? ¿Otra invitación el mismo día? Me toma por sorpresa. —S… sí, acepto. Sonríe, complacido con mi respuesta. —Paso por ti a las ocho en punto. —Está bien. Te esperaré lista. El resto del día transcurre entre reuniones y tareas. No tengo tiempo para pensar demasiado, pero por dentro… estoy hecha un lío. Cuando finalmente termina la jornada, me despido de Emiliano. —Hasta la noche —me dice. Camino hasta la avenida, tomo un taxi y regreso a casa. Al entrar, encuentro a mi madre sentada en la sala, bebiendo su infusión de la tarde. —¡Buenas tardes, madre! ¿Tan sola? ¿Dónde está papá? —le doy un beso y un abrazo. Mi madre es mi refugio. —Hola, hija. Tu padre aún no ha regresado. Te ves cansada, ¿todo bien en el trabajo? —Sí, fue un día muy productivo. Emiliano… mi jefe, me invitó a almorzar hoy. Y también a cenar esta noche. Acepté. Me mira con una mezcla de sorpresa y picardía. —¿La cena es por negocios o… algo más personal? —El almuerzo fue por la buena reunión con los inversores. Pero la cena... no lo sé. Solo me invitó y acepté. No tiene nada de malo, ¿no? —Me alegra que todo marche bien en tu trabajo. Pero aún así, ten cuidado. Es extraño que un jefe invite a su asistente a dos comidas en el mismo día. Algún interés debe tener. —Mamá, tranquila. Emiliano es un buen hombre. Lo entenderás cuando lo conozcas. —Está bien. Ve a prepararte. Luego hablamos. Me ducho con agua caliente y me relajo un poco. Ya en mi habitación, aún indecisa, miro los vestidos colgados. Mi madre entra sin tocar. —¿Qué pasa, hija? Te noto dudosa. ¿No quieres ir? —No es eso. No puedo decidir si usar el vestido blanco o el rojo. —El blanco te queda como un sueño. Resalta tu piel y tus ojos. Te ves como un ángel con él. —Gracias, mamá. No sé qué haría sin ti. —Solo recuerda tener los pies en la tierra, hija. Apenas lo conoces, y no sabes cuáles son sus intenciones. No todos los jefes son confiables. —Lo tendré presente, lo prometo. Los minutos pasan volando. A las ocho en punto, escuchamos un toque en la puerta. Curioso, no usaron el timbre. —Voy a ver quién es —digo mientras camino al recibidor. —Buenas noches, señora. Mi nombre es Emiliano Ferrer. Soy el jefe de Antonella. Vengo a buscarla para cenar. ¿Es usted su madre? —Sí, joven. Adelante. Soy Georgina. Enseguida ella baja. Está a punto de interrogarlo, pero justo entonces aparezco. Él me mira con asombro. —Pareces un ángel caído del cielo… —dice casi en un suspiro, olvidando que mi madre está presente. Ella arquea una ceja con evidente desconfianza. —Buenas noches. Estoy lista. —Perfecto. Vamos. —Nos vemos, mamá —le doy un beso. —Hasta luego, bonita cena. Cuídense —nos despide. Emiliano me abre la puerta del auto y, caballeroso, espera a que me acomode antes de ponerse al volante. Durante el trayecto, siento su mirada sobre mí. —Todos en el restaurante se quedarán igual que yo… con la boca abierta al ver llegar a semejante ángel. —¿Así le dices a todas? —pregunto, divertida. —No. Solo a las que me dejan sin palabras —responde con seguridad. Llegamos al restaurante. Un valet toma el auto y un mesero nos guía hasta nuestra mesa reservada. —Una botella de Barolo, por favor —pide Emiliano al sentarse. —Excelente elección, señor Ferrer —dice el mesero. —Veo que te gusta el vino —comento. —Mucho. Me apasiona. Su sabor, su aroma, su historia. No todos son iguales. Varían por la cosecha, la región, la barrica… El Barolo, por ejemplo, se produce en Piamonte, al norte de Italia. Se elabora con la uva Nebbiolo. Su acidez y taninos lo hacen único. Lo escucho fascinada. Habla con soltura y pasión. —Vaya, debiste ser sommelier en lugar de presidente de una empresa. —Tal vez en otra vida lo sea. El vino es uno de mis pasatiempos favoritos. El mesero regresa con las copas. Pedimos risotto, lasaña, ensalada y tiramisú de postre. —Así que también te gustan los postres. Eres toda una caja de sorpresas —bromea. —No me pude resistir. El tiramisú me recuerda mi infancia. —A mí me encantan los que hace mi nana Ana. Pronto la conocerás. Es como una madre para mí. —Me encantaría probarlos algún día —respondo con una sonrisa. —¿Y tu padre? ¿No lo vi hoy en casa? —Es un hombre ocupado, algo sobreprotector, pero buen padre. —Espero conocerlo pronto… si tú me lo permites. —¿Puedo hacerte una pregunta? —me animo—. ¿Por qué tanto interés en mí… en mi familia? Se queda en silencio unos segundos. —Desde que te vi, Antonella, no pude apartarte de mi mente. Tu dulzura, tus ojos, tu forma de ser… no puedo explicarlo. Me gustas mucho. Más de lo que debería. Me sonrojo y bajo la mirada. —Eso debe decírselo a todas las mujeres… —No. No soy de esos. Cuando siento algo real, no lo oculto. Y lo que siento por ti es completamente genuino. La cena termina y caminamos juntos hacia el auto. Él abre la puerta, pero antes de que suba, toma mi mano y me atrae hacia él. Mis ojos se encuentran con los suyos y, sin darme tiempo a pensar, sus labios se funden con los míos. Es mi primer beso. Y lo único que sé… es que no quiero que sea el último.