CAPÍTULO 1.
EMILIANO FERRER INVITACIÓN Un vago murmullo de la mañana me arranca del sopor. Me desperezo bajo las sábanas, estirando cada músculo antes de alcanzar el reloj sobre la mesita de noche. Las cinco en punto. Con una agilidad sorprendente para la hora, me deslizo fuera de la cama y camino directamente al baño, liberando la urgencia matutina. Un rápido aseo y, envuelto en una toalla, desciendo a la planta baja. El pequeño gimnasio que había acondicionado era mi santuario matutino, un espacio dedicado a liberar las tensiones que la vida empresarial inevitablemente acumulaba. Tras una hora de exigente rutina, tomo una toalla y, mientras seco el sudor que perlaba mi frente, me dirijo a la cocina en busca de agua fresca. Allí está ella, mi nana, una figura familiar danzando entre los fogones, preparando el desayuno con la dedicación de siempre. —Buenos días, nanita —la saludo con afecto. —Buenos días, mi niño, ya casi está listo el desayuno —responde con su habitual eficiencia y esa preocupación maternal que siempre me reconfortaba. —En un rato vuelvo a disfrutar de tus delicias —le doy un beso en la frente antes de regresar a mi habitación. El agua fría de la ducha es un bálsamo tras el ejercicio, una lluvia artificial que lava el cansancio y me revitaliza por completo. Al salir, me dirijo al vestidor y selecciono mi atuendo ejecutivo para la jornada: un traje negro impecable, acorde a la importancia del día. Me observo en el espejo, ajustando cada detalle para asegurar una imagen pulcra y profesional. Un toque de mi perfume favorito y estoy listo. Desde lo alto de las escaleras, percibo el aroma tentador del desayuno ya servido. Tomo asiento y lo primero que busco es la taza de café. Un gemido de satisfacción escapa de mis labios al sentir el sabor intenso y perfecto. —Está como me gusta —comento con una sonrisa. Mi nana me mira y suelta una carcajada cálida que me contagia al instante. Reímos juntos, compartiendo ese pequeño momento de complicidad matutina. —Gracias —le digo con sinceridad. Su presencia constante y su cuidado incondicional eran un pilar en mi vida. Desde que llegué a este mundo, ella había sido mi apoyo, una figura materna a la que quería profundamente. —El desayuno estuvo riquísimo, como siempre —afirmo al terminar. —Qué bueno que te gustó, sabes que te quiero y siempre he cuidado de ti, Emiliano. Te adoro, eres como un hijo para mí —responde con una ternura que siempre me llegaba al corazón. —¿Cómo podría dejarte, si siempre me has brindado todo el amor y el apoyo que he necesitado? —le digo, expresando mi cariño. —Bueno, ya es suficiente, me tengo que ir, tengo mucho trabajo hoy. —No me esperes a cenar, cualquier cambio de planes te aviso, sino hasta la noche. Muaa —le doy un beso rápido y salgo de casa. Soy EMILIANO FERRER, treinta años. Hijo único y presidente y accionista de la empresa automotriz FERRER & ASOCIADOS, el legado de mi padre, Arthur Ferrer. Mi hogar es una elegante villa en el norte de Roma. Como cada mañana, me dirijo al garaje donde mi BMW negro me espera para el trayecto diario al trabajo. Es lunes y la ciudad parece despertar a mi mismo ritmo, sin contratiempos en el camino. Veinticinco minutos después, llego a mi destino: el imponente edificio que alberga las oficinas de la empresa. Son las siete y treinta de la mañana. Tomo el ascensor hasta el último piso, donde se encuentra mi despacho. Al salir, diviso a Marta, mi eficiente secretaria, en un extremo del pasillo, y a mi asistente en el otro. Tras saludar a Marta con un gesto cordial, entro a mi oficina. Allí está Antonella, mi asistente personal, con su semblante sereno y angelical. No percibe mi llegada hasta que pronuncio su nombre. —Buenos días, Antonella. —Buenos días, señor Ferrer —responde con su tono profesional habitual. —¿Qué tenemos programado para hoy? —pregunto con energía. —Documentos para firmar y dos reuniones: la primera a las diez de la mañana con los inversores chinos y la segunda a las dos de la tarde con el comité empresarial para tratar la solvencia de los impuestos de la empresa. Su fluidez y eficiencia en el trabajo siempre me impresionaban. —¡Perfecto! Mmm... ¿podrías traerme un buen café, por favor? —le pido con una sonrisa. —Por supuesto, señor Ferrer. ¿Algo más que desee? —responde amablemente. —Por ahora no, eso es todo. Cualquier otra cosa te lo haré saber. Poco después, trae el café solicitado y se retira discretamente. El tiempo transcurre con la rapidez habitual de la mañana en la oficina. A las nueve y cuarenta y cinco, Antonella entra para recordarme la primera reunión. —Gracias, no sé qué haría sin ti. Siempre tan atenta y pendiente de todo, casi lo olvido. Por tu eficiencia, te has ganado una invitación a almorzar después de la reunión. —Gracias, señor Ferrer, pero no tiene por qué hacerlo. Solo cumplo con mi trabajo. —No pienso discutirlo, está dicho. Después de la reunión saldremos a almorzar, conversaremos un rato y me contarás sobre ti. Llevamos tiempo trabajando juntos y apenas sé nada de tu vida —afirmo, sin darle oportunidad a una negativa. —Está bien, señor Ferrer, aceptaré su invitación a almorzar. Pero deberíamos apresurarnos, los inversores chinos deben estar reunidos en la sala de juntas. —De acuerdo. Un favor más, ¿podrías conseguirme té verde y galletas para los inversores, si eres tan amable? —Por supuesto, señor Ferrer. Usted siempre es muy considerado con sus inversores. —Je, je, je, como dice mi padre: "Trátalos bien y te tratarán bien". —Su padre y usted siempre han sido audaces en los negocios. —Bueno, te dejo, no quiero retrasarme más. Debo llevar las carpetas de trabajo para mostrarles por qué invertir en "FERRER & ASOCIADOS" es una excelente idea. Al entrar en la sala de juntas, los inversores ya están reunidos. —Buenos días, amigos. Disculpen el pequeño retraso, al fin estoy aquí. Bueno, vayamos al grano. Mi padre me comentó que les gustan las cosas claras y directas. En cada una de las carpetas que se les ha entregado encontrarán toda la información referente a nuestra rama automotriz y la especificación del trabajo que realizamos, así como lo que necesitamos de ustedes para innovar en este sector. Nadie mejor que ustedes para hacer negocios provechosos para todos. Deseamos incorporar tecnología de vanguardia en nuestros nuevos modelos de vehículos, los cuales planeamos lanzar al mercado el próximo trimestre. El señor Wang solicita la palabra. —Por supuesto. Somos líderes en este sector y hemos oído excelentes referencias de su empresa y del señor Arthur. Por eso estamos aquí y hemos decidido realizar una importante inversión en su compañía. Además, sus vehículos y su amable atención nos han impresionado gratamente —escuché que comentaba casi en un susurro, lo cual me llenó de satisfacción. —Este té y las galletas están muy sabrosas, je, je, je —añadió con una sonrisa. Dos horas después de que concluyó la reunión... —Bueno, Antonella, ya es hora del almuerzo. ¡Qué rápido pasó el tiempo! Deberíamos irnos para estar de vuelta a tiempo para la reunión con el comité empresarial. —Ok, jefe, está bien. —Ya deberías dejar la formalidad y llamarme por mi nombre. —¿Cómo cree, señor Ferrer? —Solo lo digo porque si vamos a salir a almorzar más a menudo, me gustaría que me llamaras por mi nombre fuera de la empresa. De alguna forma, romper un poco la formalidad. —Je, je, je, siendo así, está bien, Emiliano. Llegamos al restaurante. —Buenas tardes, pasen adelante, bienvenidos. ¿En qué podemos servirles? —nos recibe un hombre con amabilidad. —Gracias, muy amable. Primero, dos copas de su mejor vino, por favor. —¿Venimos solo a almorzar, se...? —digo, todavía me cuesta llamarlo por su nombre—, dice con cautela. —Tranquila, Antonella, es solo un aperitivo antes del almuerzo y también para celebrar. Y en parte es cierto lo que dije. —¿Y qué celebramos, Emiliano? —Bueno, la aceptación de nuestra propuesta por los inversores chinos y tu excelente trabajo al tener todo al día. Debí haberte invitado a almorzar hace tiempo, me agrada tu compañía —añado, observando un ligero sonrojo en sus mejillas. —Todo se logró gracias a su audacia y su conocimiento en el área de los negocios. ¿Puedo hacerle una pregunta? —¡Sí, sí, claro! —¿Tanto tiempo que llevo trabajando en la empresa de su padre y por qué justo ahora decide invitarme a almorzar? —vaya directa, eso me gusta. —La verdad, no sé por qué no lo había hecho antes. Pero no hablemos de mí, cuéntame de ti. ¿Tienes hijos? ¿Vives con alguien? ¿Qué haces en tu tiempo libre? —contraataco con preguntas directas. —Je, je, je, son muchas preguntas, pero se las voy a responder: no tengo hijos, y sí, vivo con alguien, con mis padres en una pequeña casa a treinta minutos de la empresa. Y bueno, en mi tiempo libre me gusta leer y cantar. —¿Cantas? Me gustaría escucharte alguna vez. —No, Emiliano, ¿cómo cree? Solo canto en casa mientras hago los oficios o en la ducha. —Algún día quisiera escuchar tu voz interpretando alguna canción —digo con un toque de galantería. —Dudo que eso llegue a pasar, como le dije, solo canto en casa. En ese momento, llega el camarero con las cartas del menú. —Aquí tienen la carta para que elijan. —Cuando estén listos, ¿me lo hacen saber, por favor? Estaré cerca. —Ok, muchas gracias —le respondo. Miro a Antonella y noto la belleza singular de sus ojos. —Antonella, ¿qué te gustaría almorzar? —Me gustarían unos raviolis con ensalada. —¿Y de postre? —No, Emiliano, así estoy bien, solo con eso me conformo.