Entrenar debería despejarme la mente. Siempre ha sido mi escape, mi manera de reconectar conmigo misma cuando el mundo se vuelve insoportable. Pero hoy es inútil.
Cada golpe que lanzo al tronco frente a mí retumba en mis puños, pero no logra silenciar lo que me atormenta.
No haber encontrado a mi padre me carcome. Cada minuto que pasa sin respuestas se convierte en una herida abierta. Tal vez escapó. Tal vez fue capturado de nuevo. Tal vez… ya no está. Pero lo peor de todo es no saber. Esa incertidumbre me ahoga más que cualquier herida de batalla.
Y luego está él.
Leif.
El beso que me robó —porque eso fue, un robo— no ha dejado de repetirse en mi cabeza. Puedo sentir aún su aliento, la presión de sus labios, el instante en que mi cuerpo respondió antes que mi mente.
¿Cómo se atrevió?
Sabe que estoy casada. Sabe que soy la esposa de Caleb. Y aun así...
Lo peor, lo que realmente me enoja, es que no fue desagradable.
Ese beso no fue frío ni torpe. Fue cálido, intenso, casi... verdader