RONAN
El viento soplaba con fuerza en lo más alto de la casa real. Desde ahí, podía ver todo el reino de la Tierra extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. Árboles, cultivos, muros de vigilancia… y también el jardín central, donde ahora mismo Freya caminaba.
No sola.
—¿Lo ves? —le dije a Jairo sin quitar la mirada de ellos—. Han pasado casi dos semanas y el quinto reino no se ha movido. Demasiado silencio.
Jairo estaba a mi lado, recargado contra la baranda de piedra.
—Y tú sabes lo que dicen del silencio antes de la tormenta.
Asentí. Esa calma solo significaba una cosa: Naia estaba preparando algo. Algo grande. Algo sucio. Ese tipo de amenaza que no se siente hasta que ya ha estallado. Pero por más que ese pensamiento me atormentaba, había otro que me golpeaba más fuerte. Más cerca.
Freya.
Allá abajo, ella reía. Se cubría el rostro con una mano mientras Leif decía algo que, evidentemente, la divertía. No dejaban de mirarse. Una complicidad que me revolvía las entrañas. ¿Qué habí