ASTRID
…cinco años. Cinco inviernos helados, cinco veranos abrasadores, cinco otoños de cosechas escasas y primaveras sin flores. Cinco años sin él.
El consejo fue más largo de lo habitual. Las velas del salón, colocadas estratégicamente sobre las columnas de piedra y las repisas talladas con símbolos ancestrales del Viento, ardían hasta la mitad. Sus llamas titilaban en sincronía con la tensión de la sala. Nadie lo decía, pero todos lo sentían: estábamos cerca de otro invierno difícil, y el margen para errores era inexistente.
Yo me senté con la espalda recta, como me enseñaron de niña. El protocolo era importante, aunque por dentro me sintiera tan desgastada como la madera del suelo bajo mis botas. Mantenía el rostro firme, los hombros erguidos, la voz serena. Esa era mi parte. Fingir que todo estaba bajo control cuando el viento soplaba con furia dentro de mí.
—A pesar de las dificultades —dije con voz clara, dejándola recorrer cada rincón del salón—, la tierra ha respondido. Nuest