El sonido del agua cayendo desde lo alto llenaba el aire con su rugido constante, como si la cascada intentara ahogar los gritos del pasado. El cielo estaba cubierto de nubes oscuras, y una brisa gélida me rozaba la piel, como si la naturaleza misma sintiera el dolor que traía conmigo. Estaba allí, en el lugar exacto que Catrina me había indicado, donde Elliot había sido enterrado.
Me arrodillé sobre la tierra húmeda. Mis rodillas se hundieron en el barro, pero no me importó. Mis manos temblaban mientras apartaba la maleza con cuidado. No había una cruz, ni una piedra, ni flores. Solo la certeza en mi pecho de que bajo esa tierra había un pedazo de mí que nunca volvería.
El silencio era tan pesado como el dolor.
—No puedo creer que esté muerto… —La voz de Lila me sobresaltó como un trueno entre la neblina.
Me giré bruscamente. Ahí estaba ella, detrás de mí, los ojos encendidos por una rabia que no podía ocultar, aunque estaban al borde del desborde. Lila… su rostro, alguna vez tan du