ASTRID
El sueño llegó como una ráfaga de viento helado, envolviéndome en un manto oscuro y pesado. Estaba allí, en una celda oscura y húmeda, el aire olía a moho y desesperación. Las paredes, hechas de piedra fría, estaban cubiertas de grietas por donde se filtraba la humedad. La luz apenas se colaba a través de una pequeña ventana enrejada, proyectando sombras alargadas y fantasmales sobre el suelo. Mi respiración era lenta y pausada, como si el ambiente me obligara a moverme con cautela.
—Astrid… —la voz surgió de la penumbra, débil, casi un susurro. Me giré, y ahí estaba ella: mi tía Ingrid. Sus manos estaban encadenadas a la pared, sus muñecas enrojecidas y heridas por el metal que las apresaba. Su cabello, antes brillante y ordenado, caía en mechones desordenados sobre su rostro pálido y demacrado.
—¡Ingrid! —mi voz se quebró al verla. Intenté avanzar hacia ella, pero mis pies parecían anclados al suelo. Mis manos se extendieron en su dirección, pero era como si una barrera invi