ASTRID
Cruzamos los grandes portones del Reino del Viento, y el pasado se me vino encima como un vendaval helado.
La mansión se alzaba imponente, igual que la recordaba, con esas torres grises que cortaban el cielo y ese aire húmedo que olía a bosque y a memorias enterradas. Pero esta vez, no llegaba como la esposa traicionada, sino como la reina del Reino del Fuego. Y eso lo notaron todos.
Apenas entramos al vestíbulo, las miradas comenzaron a clavarse en mí como cuchillos invisibles. Murmullos. Silencios abruptos. Algunas bocas se fruncían con desagrado, otras solo me seguían con asombro. Lo sentí todo. Porque yo había sido una de ellos. Había amado este lugar. Había dado todo por esta manada… y ellos me dieron la espalda cuando más lo necesité.
Recordé esa noche con claridad hiriente.
Magnus me miraba con esa frialdad con la que se desecha a alguien que ya no importa. Esa fue la última vez que lloré por él. Esa fue la última vez que me rogué a mí misma quedarme.
Ahora, caminaba en