RONAN
Había pasado la noche junto a ella, sin pegar un ojo.
La observaba respirar, suave… constante. Cada exhalación era un consuelo. Cada leve movimiento de sus párpados me recordaba que seguía aquí, aferrada a la vida, a pesar de mí… a pesar de todo.
No solté su mano ni un solo segundo. El médico había dicho que su condición era estable, que si seguía así, pronto podría despertar. Esas palabras me dieron algo que no me había permitido tener en mucho tiempo: esperanza.
Le acaricié la mejilla con la yema de los dedos. Su piel ya no estaba tan fría.
—Vamos, Astrid… regresa a mí.
El amanecer entraba por la ventana cuando Lucian irrumpió en la habitación.
—Papá —dijo con urgencia—. Freya está abajo… tiene una maleta. Dice que se va.
Sentí una punzada aguda en el pecho.
—Quédate con ella —le pedí a Lucian.
Y bajé.
Naia y Freya estaban en la sala. Dos maletas a su lado. Freya me miró, con los ojos enrojecidos pero decididos. Y Naia, con los labios apretados, como si quisiera proteger a nue