RONAN
—¿Han visto a Astrid? —pregunté a algunas omegas que encontré en la cocina.
—No alfa, no la hemos visto.
Astrid no estaba por ninguna parte. Ni en su habitación, ni en los jardines, ni siquiera en el campo de entrenamiento donde a veces iba a liberar tensión. La casa real se sentía vacía sin su presencia.
Fui hasta la casa de Elliot. Tal vez había ido a visitarlo a él. Tal vez necesitaba un consejo, un respiro, algo. Después de lo de Eunice, ella no estaba del todo bien.
—No la he visto —me dijo Elliot, frunciendo el ceño con sincera preocupación—. ¿Está desaparecida?
—No lo sé —reconocí. Y esas palabras me calaron como cuchillas. Yo no sabía. Y eso, tratándose de Astrid, no era aceptable—. Tiene horas que nadie la ha visto.
—Entonces vamos a buscarla.
Volvimos juntos a la casa real. Nada. Nadie la había visto desde temprano.
Fue Freya quien, sentada en la sala, soltó con voz vacía:
—Tal vez… se dio cuenta de que este no era su lugar. Y decidió regresar a su manada.
La forma