ASTRID
Los nudos de cuerda estaban bien sujetos alrededor de mi cintura. Ronan se acercó y revisó mi amarre por tercera vez. No era por desconfianza… era su forma de decirme que tenía miedo. Y yo también lo tenía.
Freya me abrazó con fuerza. Noté cómo sus manos temblaban.
—Van a volver, ¿verdad? —preguntó con la voz de aquella niña que creí que ya no existía.
—Claro que sí —le dije mientras le alisaba el cabello, como cuando era pequeña—. Soy tu madre, ¿recuerdas? Siempre vuelvo.
Ella intentó sonreír, pero no pudo. Caleb, detrás de ella, asintió con la mirada. Su rostro reflejaba la misma angustia que yo sentía por dentro.
Ronan besó la frente de nuestra hija y luego la mía. Leif miraba hacia los túneles, con los músculos tensos. A su lado, Emir sostenía la cuerda con ambas manos. Nadie hablaba. Nadie respiraba con normalidad.
Era el momento.
Ronan se puso al frente. Yo lo seguí, con Leif detrás y Emir cerrando la fila. Sujetamos nuestras cuerdas. Cada uno tenía la suya, extendida has