ASTRID
El cielo estaba cubierto por una neblina suave cuando abrí los ojos. Por un instante, juré que veía a Ronan frente a mí. Su silueta, alta, fuerte, como siempre. Pero al parpadear con fuerza, el rostro cambió: era un chico joven, de cabello revuelto y mirada noble. Me observaba con atención.
—¿Estás bien? —preguntó con voz suave.
Me incorporé lentamente. Sentía un cosquilleo en las extremidades y una presión molesta en la frente. Todo parecía revuelto en mi mente. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía aquí?
—Estoy… un poco confundida —respondí, llevando una mano a mi sien—. Aturdida.
El chico me sonrió, tranquilo.
—Puedo prepararte un té. Te hará bien. Mi madre siempre dice que ayuda a recordar.
No entendía por qué, pero le creí. Había algo en él que me hacía confiar, como si no representara ningún peligro. Asentí.
—Gracias.
Me ayudó a caminar hasta un rincón del bosque donde tenía un termo y una pequeña taza. Sirvió el té, tibio, con aroma a hierbas dulces y mentoladas. Lo bebí con precau