—Vlad, hermano —lo llamó Balde—. Estaré en mi habitación por cualquier cosa que necesites —le dijo al bajar de su camioneta en la entrada de la mansión Drakos. Se giró a ver a Adara—. Doctora, le aconsejo relajarse, aquí no corre peligro, en su casa sí, no confiamos en que ese demonio Rupert se quede tranquilo. No sabemos por qué pero usted tiene algo que atrae el peligro.
Entró a la casa dejándolos solos.
El aire frío del comienzo de la noche golpeaba la piel de Adara mientras miraba alrededor. Vladislav le hizo seña para que entrara a la casa.
—No quiero estar aquí —le dijo renuente.
—Definitivamente usted como que no aprende de las lecciones que recibe ¿No? —le dijo tosco—. Si no llegamos a tiempo el desgraciado de Rupert le hubiera hecho cualquier cosa…
—Él no me haría daño… fuimos pareja por mucho tiempo —respondió ella en negación.
—Si no le haría daño ¿por qué la dopó de esa forma? —cuestionó Vladislav—. Entre y mírese al espejo, está pálida y sus ojos están sin vida.
—Seg