El regreso no fue un movimiento físico, sino una determinación que atravesó todo su cuerpo. Jazz lo sintió antes que Adara. Un tirón. Un llamado que no podía ignorarse. La loba se acomodó en su interior con una presencia expansiva.
La primera sensación que Adara tuvo cuando cruzó el umbral fue la presión del aire. Su loba reaccionó después de horas de silencio ausente. Era como si el mundo entero se encogiera durante un segundo y luego se expandiera con violencia. La luz que la rodeaba se fracturó en destellos plateados hasta desvanecerse por completo, dejándola en la frontera de las tierras Drakos.
Ionela emergió detrás de ella, respirando entrecortadamente.
—Tu forma de viajar definitivamente no está hecha para humanos —murmuró, sacudiéndose la ropa.
Adara no respondió. Su mirada estaba clavada al frente, donde el horizonte ardía.
No era fuego, sino energía.
Ondas negras, pulsantes, como humo sólido, ascendían desde la región más profunda del territorio. Incluso sin verlas por compl