El silencio que siguió a la orden de Irina que Adara escuchó fue tan densa que Ionela dejó de respirar.
«Adara no», escuchó a Jazz.
Tuvo la intención de ir y acabar con ellos al instante.
Ella sintió cómo ese silencio se filtraba bajo su piel como un veneno helado.
Jazz rugió dentro de ella, no como advertencia… sino como sentencia.
«Traición», gruñó Jazz.
La loba no necesitó usar palabras. Adara lo entendió todo de inmediato.
Irina no estaba siendo manipulada, no estaba siendo usada, tampoco estaba atrapada.
Estaba negociando.
La vio como inclinó ligeramente la cabeza hacia el elfo oscuro, como si cerrara un trato. El movimiento fue suave. Natural.
Ionela se llevó ambas manos a la boca para evitar soltar un grito.
—Adara… —susurró con horror—. ¿Ella…? ¡Dime que no estoy mal interpretando…! ¿Por qué haría algo así?
Adara no apartó la mirada. Jazz empujó contra ella, queriendo saltar, queriendo desgarrar, queriendo hacer pedazos a cualquiera que representara una amenaza para Vladislav.