Vladislav salió hacía el porche de la parte trasera de la mansión, cansado y agobiado, tomó asiento en una de las poltronas del jardín, el viento nocturno lo recibió como un golpe de frío directo al rostro. Recién había entrado a la casa y el tumulto de emociones mantenía su cuerpo caliente. Miró a la distancia, el bosque se extendía ante su mirada afilada, la mirada del licantropo alerta ante cualquier intromisión, oscuro y misterioso. Recostó su cuerpo en forma relajada en contra del respaldar y dejó que su mente volara en pensamientos que chocaban unos a otros. se desbordaban.
El reproche de Eryndor seguía retumbando en su mente, y la presencia de Adara, tan cercana en ese momento, lo había dejado vulnerable, sobre todo porque ella se expuso para salvarlo. Pero eso no era lo que más lo atormentaba ahora. Lo que realmente lo desgarraba era la sensación de que se estaba acercando a una encrucijada que no podía evitar.
«¿Qué debo hacer?», pensó.
No lo buscó, tampoco lo esperaba. La p