Una mirada y un escape.
—¿Disculpe?
—¿Escapando del anuncio oficial, alteza? —dijo una voz masculina con una mezcla de picardía y curiosidad.
Azalea se giró con un leve sobresalto, pero su expresión se suavizó al ver al joven que tenía frente a ella. No lo reconoció de inmediato, pero había algo en su porte —el porte de alguien que no necesitaba que lo anunciaran para ser notado— que la hizo mantener la mirada.
Él inclinó la cabeza, haciendo una reverencia elegante, sin dejar de sonreír.
—Felipe Sebastián Alcalá de la Alameda —dijo, como si recitara un título más por protocolo que por vanidad—. Príncipe y, en mi tiempo libre, arqueólogo y explorador. Aunque hoy, parece que he descubierto un tesoro inesperado.
Azalea alzó una ceja, divertida.
—¿Me ha seguido, señor Alcalá?
—Con la delicadeza de quien explora un sitio antiguo —respondió él—. Primero me llamó la atención que alguien evitara el protocolo con tanto estilo. Luego vi los jardines y a usted caminando sola, y pensé que valía la pena ver hacia dónde l