El sol se ocultaba detrás de las montañas, tiñendo el cielo de matices cálidos. En el castillo, el aire estaba impregnado del aroma a madera y cera de las velas. Después de un agotador día de entrenamiento, Tara se sentía viva y alerta, cada músculo de su cuerpo vibrando con energía. Había algo más que solo la batalla en el horizonte; había un deseo intenso que crecía entre ella y Rhidian.
Cuando él apareció en la puerta de su habitación, su corazón se aceleró. La mirada de Rhidian era intensa, oscura y llena de promesas. “Tara”, dijo, su voz como un susurro cargado de deseo. Ella sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral.
“¿Qué sucede?” preguntó, aunque sabía que la respuesta estaba en sus ojos. Él no necesitaba decir más.
Rhidian se acercó, atrapándola entre su cuerpo y la puerta. Su aliento caliente rozó su rostro, y Tara sintió que el mundo exterior se desvanecía. “He estado pensando en ti todo el día”, confesó, su tono grave y lleno de urgencia.
“¿Y qué has estado pensan