El silencio en el salón comunal era denso, casi sólido, como si cada palabra no dicha pesara sobre los hombros de todos los presentes. Darkan, el Alfa del clan Varkal, se encontraba en el centro, su figura poderosa delineada por la tenue luz de las antorchas. Sus ojos, fríos como el hielo, repasaban uno por uno los rostros que lo rodeaban. Nadie se atrevía a hablar, ni siquiera a moverse.
A su lado, avanzó una figura esbelta y envuelta en un manto oscuro, que parecía absorber la luz a su alrededor. Su rostro era pálido como la luna y sus ojos… afilados como cuchillas. Su presencia hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.
—Esta es Sylha —anunció Darkan con voz grave, que resonó como un trueno contenido—. Mi hija. Regresa tras años de ausencia, lejos de nuestro territorio.
El murmullo fue contenido, pero las miradas decían más que mil palabras. Sylha. Su nombre flotaba como una sombra en el aire. Recordaba vagamente historias sobre ella, susurradas entre los nuestros: la beta