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La noche había consumido los últimos ecos de la asamblea. El fuego en el salón apenas chispeaba, pero en el interior de Darkan, algo ardía con fuerza. El peso de sus palabras aún resonaba en su pecho: la forma en que había arremetido contra Nerya, su frialdad, la rabia ciega que le hizo olvidarse de quién era ella realmente.
Decidido, se dirigió a los aposentos de la joven. Nadie lo detuvo. Tocó la puerta, no hubo respuesta. Empujó.
Vacío.
La capa con el símbolo Kaelthorn no estaba. El arcón, ligeramente abierto. La habitación tenía ese silencio que sólo dejan los que se van sin intención de volver.
Darkan apretó los dientes. Bajó de inmediato al nivel inferior.
—¡Milla! —rugió al entrar en el ala donde ella solía dormir.
La loba apareció en el pasillo, descalza, cruzando los brazos con rapidez para no parecer tan culpable como se sentía.
—¿Qué ocurre?
—¿Dónde está Nerya?
—No lo sé —respondió, demasiado rápido.
Kaen apareció tras ella, con expr