"EL LIMITE ROTO"

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Narrado por Nerya

El cuerpo del noctaryn yacía inmóvil sobre la tierra húmeda. Su capa negra, ahora desgarrada y manchada de sangre, se fundía con la oscuridad del bosque. Sus labios aún estaban entreabiertos, como si hubiese querido decir algo más antes de que el dolor lo arrancara del mundo.

Por un momento, el silencio me pareció un susurro denso. Él no se movía, y yo no sabía si huir, acercarme… o acabar con lo que quedaba.

Pero no tuve oportunidad.

Un crujido feroz quebró la calma del bosque. Hojas desgarradas, ramas partidas. Cuatro siluetas emergieron entre los árboles, veloces como sombras… y no eran humanos.

Eran Valark. Transformados. Pelajes espesos, garras brillando bajo la luna, ojos dorados encendidos con ira. Lobos de guerra. Lobos de mi sangre.

El primero en recuperar su forma fue Kaen. Cayó sobre sus pies, su pecho aún agitado. Se incorporó con rabia en los ojos.

—¿¡Qué demonios haces aquí, Nerya!? —rugió—. ¿Y qué es eso?

Los otros comenzaron a retomar forma humana, aunque sus ojos seguían ardiendo con el lobo dentro.

—Un carroñero —gruñó Tarek con asco, señalando al cuerpo de Auren con la barbilla—. Un maldito noctaryn.

Boren se adelantó y desenfundó su arma sin vacilar.

—No importa lo que hacía. Hay que matarlo antes de que despierte.

—¡Alto! —exclamé, interponiéndome—. No lo toquen. Él… él me salvó. De una criatura. Si no hubiese intervenido, yo…

Kaen me interrumpió con un gruñido.

—¿Desde cuándo confías en su clase? ¡Podría haber sido él quien trajo esa cosa!

—¿Y tú qué hacías tan lejos de los nuestros? —preguntó entonces Tarek, entrecerrando los ojos—. Estos son los límites del territorio, Nerya.

—¿Desde cuándo tengo que darte explicaciones? —respondí con el ceño fruncido.

El que se mantuvo callado hasta entonces fue el de mayor edad, la voz más serena del grupo: Boren. Su mirada era firme, pero sin ira.

—¿Qué hacías aquí, Nerya? —repitió, su tono fuerte, pero sin violencia.

Titubeé unos segundos. No quería que sonara débil. Ni sentimental. Pero la verdad salió sola.

—Vengo aquí todas las noches —murmuré—. Es donde mi madre solía traerme cuando era niña.

Hubo un silencio incómodo. Incluso Kaen bajó la mirada por un instante.

Fue Milla quien se acercó al cuerpo del noctaryn. Se agachó con elegancia, su mirada fija en el rostro herido de Auren.

—¿Por qué está herido? —preguntó, sin emociones aparentes.

—La criatura lo atacó —dije—. Él la enfrentó… la distrajo cuando se lanzó sobre mí.

Auren gimió apenas, los párpados temblando. Su cuerpo se estremecía de forma involuntaria, y su respiración se volvía cada vez más errática.

—¿Qué criatura? —preguntó Tarek con dureza.

—Era un engendro —respondí—. No natural. Un error. Algo hecho de magia prohibida. Él lo enfrentó... o al menos lo intentó.

—¿Y ahora se supone que debemos agradecerle? —Kaen bufó—. ¡Por los colmillos de Fenrah, es un carroñero!

—Yo no pido agradecimientos. Solo que escuchen —repliqué—. Él sabe algo. Si lo matan ahora, lo que sea que nos persigue seguirá suelto.

Milla asintió apenas.

—Llevémoslo ante el Alfa. Si miente… ya saben qué hacer.

Kaen resopló, pero no protestó más. Boren dio un paso al frente.

—Nerya, tú vas con él. Es tu testimonio el que lo mantiene respirando. Pero si has cometido un error…

—Lo sé —interrumpí, mirando al noctaryn sangrante—. Me haré responsable.

Mientras lo levantábamos entre todos, noté que su mano aún temblaba, su piel helada, su pulso lento.

No dijo una palabra más.

Y yo… yo no tenía idea de qué acababa de traer de vuelta al corazón de mi gente.

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