Después de hablar con Carlo, salí. Alessandro estaba afuera, apoyado contra el coche, con la mirada fija en algún punto indefinido. Me acerqué lentamente, y entonces lo vi: los moretones en su rostro, que se veían realmente espantosos. ¿Qué le había ocurrido?
—¿Qué te pasó? —pregunté, alarmada.
Él no contestó. Solo abrió la puerta del coche, un gesto seco, casi automático. Entré, aunque algo en su silencio me hacía sentir un nudo en el estómago.
—¿A dónde fue Giorgio? —insistí, tratando de mantener la calma.
Nada. Ni una palabra. Sacudí la cabeza frustrada, busqué mi celular y le marqué a Giorgio. Pero no contestó.
Alessandro arrancó, y el rugido del motor resonó fuerte. Respiré hondo, obligándome a calmarme, aunque la incertidumbre comenzaba a consumir cada fibra de mi ser. Tenía un mal presentimiento.
El celular vibró en mi mano, sobresaltándome. Pietro. Dudé. Contesté después de que insistiera varias veces.
—Tu amante me partió un brazo, pero esto no quedará así. Dile que me las va