29

Mi hermano me llamó horas después para informarme que el concejo tenía a Alessandro. Lo acusaban de proteger a Abigail y, según él, planeaban matarlo. No podía permitirlo. Alessandro no iba a pagar por algo que había sido una orden mía. Conociéndolo, estaba seguro de que jamás revelaría que fue bajo mis instrucciones.

Sin dudarlo, me encaminé hacia las instalaciones donde lo retenían. Mi pecho ardía de rabia e incertidumbre. Cuando llegué, llamé a mi hermano, quien me indicó la ubicación exacta de Alessandro. Sin perder tiempo, fui directo a la habitación.

Al abrir la puerta, lo vi. Alessandro estaba amarrado a una silla, ensangrentado y con el rostro hinchado por los golpes. Apenas levantó la cabeza al verme, sus ojos no mostraron sorpresa ni miedo, solo un cansancio amargo. No dijo nada.

—Es mi empleado. Suéltenlo —ordené con firmeza a los dos omegas que lo custodiaban.

Uno de ellos me lanzó una mirada desafiante, atreviéndose a medir mis palabras.

—Es un traidor —espetó.

No titubeé
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