Killian

Hay algo en el aire esta noche que no huele a guerra… huele a traición.

Y yo conozco ese olor demasiado bien. Es ácido, agrio. Se arrastra por las paredes de los cuarteles y se mete en los huesos como una humedad venenosa. He vivido suficiente para saber cuándo una guerra se ensucia más de lo normal. Y ahora, todo está podrido desde adentro.

La batalla sigue rugiendo en las afueras, pero yo estoy atrapado en otro frente. Uno más silencioso. Más letal. Porque lo que me está matando no viene de los colmillos del enemigo… sino de las mentiras de mis propios aliados.

—Se están moviendo hacia el norte —informa Alec, mi segundo al mando, mientras se limpia la sangre seca del rostro con una toalla improvisada. —Pero algo no encaja, Killian.

No. Nada encaja.

—¿Qué viste? —pregunto, sin mirarlo. Mis ojos están fijos en el mapa. Un mapa que ya no sirve de nada porque todo se ha salido de control.

—No son movimientos normales. Es como si supieran cada paso antes de que lo demos. Como si…