Al escuchar el ridículo discurso de la maestra, Javier tuvo que contenerse de no darle un merecido golpe para que aprendiera a respetarlo.
—Cierra la boca si no tienes nada productivo que decir—. Le dijo Javier.
Ya que ella había dicho aquellas palabras en el micrófono para que todos los presentes lo escucharan. Sin embargo, con su intención de avergonzar a unos niños le salió caro ya que los chicos parecían conocer muy bien a su padre y le dedicaron unas palabras tan bonitas que hicieron llorar a más de alguno.
Al finalizar el evento, Javier buscó a la directora del centro educativo para hablar sobre el tema.
—Señora, no me gusta la actitud de la maestra hacia mis hijos—. Se quejó.
—Disculpe, señor Montalván. Podrá ser usted el dueño de todo este país, no me interesa. Pero estos niños, ya son demasiadas las veces en un mes que se llevan a la consejería, ellos se portan muy mal. Pelean sin razón con sus compañeros y ya no sé qué hacer.
—¿Eso es cierto?—. Preguntó el padre a sus hijos