Eliam maldice a su pierna fracturada. Si tan solo pudiera moverse ya habría defendido a su amada de las garras de esa otra mujer que ni sabe cómo se enteró de que él estaba en la clínica.
―¡Stephanie! ―gritó Eliam por última vez.
―Dime, amorcito, ¿te hizo daño psicológicamente esa mujer? Recuerda que hace unos años ella solo te utilizó y te abandonó. Espero que no haya venido para burlarse de ti ahora que estás en una situación similar.
―¡Basta Stephanie! Ella es la mujer que amo y no estoy dispuesto a perderla por segunda vez. Te ordeno que mañana, a primera hora regreses a la mansión y recojas tus cosas, cuando yo regrese no quiero que estés allí.
—¡Cómo! Tú y yo no nos podemos separar, Eliam. Yo te amo y con el tiempo tú también aprenderás a amarme a mí y te olvidarás de ella, esa mujer solo te está enfermando el corazón, ella no está dispuesta a dar su vida por ti como te lo he demostrado yo.
Protestó.
—Lo nuestro nunca ha existido y si así fue, ya se terminó.
Declaró.
Stephan