Al día siguiente despertaron abrazados y muy contentos, Eliam no se había arrepentido como la primera vez. Le dijo que después de desayunar irán a dejar a su padre al aeropuerto porque él ya hizo lo que tenía que hacer, juntar de nuevo a su pareja favorita.
—Dile a tu suegro que ya no serás más su asistente.
Ordenó, casi bromeando.
―¿Por qué no le cuentas a tu padre, el motivo por el cual estás aquí? Ellos tienen derecho a saberlo.
Comentó Anastasia.
―No, es mejor que todo transcurra de esta manera. Mi viejo padece del corazón y esta noticia lo pondrá muy mal.
Respondió con tristeza.
―Tienes razón, aunque yo no sabía ese dato, aun así nunca le diría algo sin tu consentimiento, así es que, por mi parte no te preocupes porque no abriré la boca, a menos que sea necesario, en caso de una emergencia.
Esa conversación surge mientras Eliam está recostado sobre el pecho de su mujer y le acaricia su vientre. Minutos después decidieron tomar una ducha, ahora todo lo hacen juntos. La puerta