Al escuchar eso, Anastasia se enojó aún más y le pidió que no fuera mentiroso, que ser exagerado y jugar con su propia salud no haría que ella se quedara.
De pronto, anunciaron que el vuelo se cancelaría por problemas climatológicos y que su dinero les sería devuelto inmediatamente.
—¡No puede ser! parece que este día todo está en mi contra—se quejó.
Eliam sonrió. No porque él mismo hubiera ordenado la cancelación de ese viaje, sino porque las tripas de su mujer han hecho un sonido extraño, algo que sucede solo cuando tenemos hambre.
—Te llevaré a comer.
—No, gracias.
—Muñeca de cristal. Sé que mueres de hambre. Quiero cuidar de mi hijo, por favor, no le hagas esperar. Prometo que no insistiré en nuestra relación.
—¿De verdad?
—Claro que sí, respetaré tus decisiones. Ahora acompáñame y olvídate de viajar por el momento.
—Es que…
—Te levantas y caminar por tu cuenta, ¿o esperarás a que yo te cargue en mis brazos? —Le interrumpió.
—Eh, no te atrevas a hacerlo, me dejarás en ridículo