DominicMe quedé viendo a Nadia con una sonrisa, me incliné a Andru dándole instrucciones.—Treinta y cinco millones —dijo, su voz resonando en la sala.Nadia miró, sorprendida por un momento, antes de que su expresión se endureciera.—Cuarenta millones —contraatacó.Sentí la mirada de todos sobre mí, a pesar de que era Andru que estaba pujando, todos sabían que él era mi hombre de confianza. Ese era un juego peligroso. Mostrar tanta desesperación por una mujer era una debilidad que no podía permitirme. Pero la idea de Trina en manos de Nadia... o de cualquiera me causaba una profunda inquietud.Volví a inclinarme hacia Andru y él asintió ante mis palabras.—Cincuenta millones —dijo, con voz fría como el hielo.El jadeo colectivo en la sala fue audible. Nadia palideció, sabiendo que no podía superar esa oferta.El presentador, visiblemente nervioso, miró alrededor de la sala.—¿Alguien ofrece más? —preguntó, su voz temblando ligeramente.El silencio fue su respuesta.—Vendida al señor
DominicEl silencio entre nosotros se hizo espeso.Y entonces ocurrió.Me lancé hacia ella. Como una fiera. Como un demonio que se consume en su propio infierno y, hice una seña a Andru para que nos dejara solos y este salió de inmediato sin preguntar nada.La acorralé contra la pared, aprisionando su cuerpo entre el mío y el mármol helado.Ella jadeó, sorprendida. Pero no me empujó. No me golpeó.Nos quedamos así, respirando el veneno del otro.Mi frente se apoyó contra la suya. Mi voz fue un gruñido roto.—Maldita seas… me tienes obsesionado.Sus ojos se abrieron, y allí estaba… Todo.El miedo. La confusión. La rabia. Y la esperanza de que no se moría, aunque yo me empeñara en aplastarla.—¿Por qué no me dejaste allí? —preguntó con voz seria—. ¿Por qué me compraste si no valgo nada para ti?Mi mano subió, temblorosa, hasta su mandíbula.—Porque sí vales —admití en un murmullo que me supo a traición.Ella soltó una risa amarga, casi rota.—Lo disimulas muy bien.—Es mi trabajo, Trina
IzanEl olor a alcohol y desinfectante impregnaba la habitación. El médico terminó de vendar mis heridas, sus manos hábiles y rápidas, pero su expresión era grave. Dante estaba sentado a mi lado, su rostro tenso, sus ojos fijos en la pared frente a nosotros. El ambiente en la habitación era pesado, cargado de tensiones no resueltas. Mi mente estaba a kilómetros de distancia, atrapada en una maraña de pensamientos. Doloridos, sí… pero no rotos. No mientras Trina estuviera allá afuera, quizás en manos de algún bastardo.—Deben mantenerse en reposo —se escuchó la voz del médico, rompiendo el silencio—. Las heridas son profundas, y si no se cuidan, podrían infectarse. Dante gruñó, claramente molesto. —No tenemos tiempo —dijo, su voz áspera—. Hay demasiadas cosas en juego. El médico se quedó en silencio. Giré la cabeza hacia él, que permanecía sentado frente a mí, su camisa manchada de sangre seca, el rostro impenetrable.—Dante, no me parece buena la idea de que hayas encerrado a
IzanJorge, acercó más la imagen para ver mejor. —La persona que la acompaña no se dejó ver —dijo, su voz llena de frustración. —Lo sabía —murmuré—. Ese hijo de put4 sabía que podía haber cámaras. Ocultó su rostro deliberadamente.Maldije en voz baja, sintiendo la impotencia de no tener respuestas claras. Pero entonces recordé algo. —Dante—dije acercándome más—. ¿Recuerdas el desfile? Ella llegó en una motocicleta.—Claro, con ese tal Dominic Ivankov —agregó Dante.Escuchar ese nombre me heló la sangre.—Sí, es el mismo hombre que financió el evento de moda.—Claro el mismo —confirmó Jorge—. Yo tengo una información sobre él, pensé que se la había dado —expresó frunciendo el ceño, mientras empezaba a revisar carpetas digitales en su equipo.Asentí apoyando las manos en el escritorio, apretando los dientes.—Claro, fue él quien se la llevó.Una certeza se clavó en mi pecho como una daga. Ella no se había escapado, había sido un secuestro. Era algo calculado. Frío. Planeado.—Inv
ElizavetaDespués de la conversación con Izan, no pude evitar esa sensación de vacío en mi interior, no entendía. ¿Por qué la vida tenía que ser tan dura para mí?Me senté en el piso, el frío del suelo de la celda se filtraba a través de mi ropa, pero el dolor en mi cuerpo era tan intenso que apenas lo notaba. Mis mejillas todavía ardían por el golpe de Dante, y mi brazo me dolía por la fuerza con la que me había agarrado. Me quedé sentada, recostándome de la pared, pero con las piernas recogidas contra el pecho, tratando de contener las lágrimas que no dejaban de caer, por más intentos que hacía de retenerlas. La celda estaba fría, oscura y silenciosa. El tiempo parecía haberse detenido, y yo estaba atrapada en un limbo de dolor y soledad. Mis pensamientos giraban en torno a Dante, a su ira, a su desprecio. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había permitido que me redujeran a esto? El tiempo no pasaba en ese maldito sótano. La humedad se adhería a mi piel como un castigo silenci
Nunca me había sentido así. Nunca había sentido que algo ardía dentro de mí, consumiéndome, devorándome. Era una sensación abrumadora, pero también excitante. Sentí cómo apartaba la ropa de mi cuerpo, cómo sus dedos recorrían mi piel con impaciencia cruel, dejando una estela de fuego a su paso. Sentí cómo sus dedos rompían la blusa que llevaba puesta, los botones volaron como esquirlas.No pude gritar. No pude huir.Su boca descendió por mi cuello, sus labios ardientes contra mi piel fría. Me sentí atrapada en un fuego que no entendía. Me odiaba por reaccionar. Me odiaba por arder.Intenté resistirme, pero era inútil. Él era demasiado fuerte, y yo demasiado débil. Pero, en el fondo, sabía que no quería resistirme. Dejé que el fuego me consumiera, que el deseo me dominara. Y en ese momento, supe que nada volvería a ser igual. Sus manos encontraron mis pechos, los acariciaron, los apretaron, y gemí sin querer. Quise taparme la boca, pero él me lo impidió. Su lengua trazó un camin
Dante.Juro que iba a cumplir con la recomendación que me dio mi hermano Izan. Iba a ser frío, calculador, a usar a Elizaveta como una herramienta para obtener información. Pero ella... ella despertaba algo en mí que no podía controlar. Rabia, odio, sí, pero también algo más. Algo que no quería nombrar, algo que me hacía perder la cabeza. Mientras tenía mis manos en su cuello, sentí un ramalazo de deseo que no pude ignorar. Era como si el whisky hubiera encendido una llama dentro de mí, una llama que solo ella podía apagar. Y antes de que pudiera pensarlo, mis labios se unieron a los suyos. El beso fue como un cerillo encendido en un barril de pólvora. El deseo fluyó en mi interior con una intensidad que me dejó sin aliento. Dejé la botella en el suelo y me centré en ella, en su cuerpo, en su piel, en su resistencia.. No sabía qué me había poseído. Tal vez fue el whisky, tal vez fue la ira, tal vez fue algo más profundo, más oscuro. Pero no podía controlarme. Su cuerpo tembloros
DominicDespués de un momento apasionado, me había llevado a Trina para la casa, me había metido con ella en la primera habitación que encontré, por eso estaba un poco desorientado cuando sentí la luz del amanecer entrar por la ventana, miré el reloj en la pared y me sorprendí porque era la segunda vez que dormía tanto tiempo tranquilo, sin demonios del pasado, ni pesadillas, ni la niña que siempre salía junto a mí, esa misma que salvé y que ahora se había convertido en una mujer y dormía a mi lado. Besé su hombro, provocando un leve gemido en ella. Estaba desnuda bajo la sábana, no pude contenerme y se la quité. La recorrí mirándola con deseo, llevé mi boca a su cuello y lo chupé con pasión, mientras con una mano la posaba en su centro.—Eres una maldita bruja. ¿Crees que voy a volverme adicto a ti?La pregunta quedó suspendida en el aire mientras mis dedos exploraban su húmeda intimidad. Ella gimió suavemente, arqueando la espalda en respuesta a mis caricias. Por un momento, me per