Capítulo 130. Palabra de hombre.

Verónica

El silencio era opresivo, pesado, como si el aire hubiera decidido quedarse quieto, incapaz de moverse ante la tensión que se palpitaba. La figura de Dante estaba allí de rodillas, con la mirada fija en mí, pidiéndome que disparara, tenía una mezcla de desesperación, angustia, tristeza, nunca había visto un hombre verse tan destruido, como si estuviera a punto de colapsar.

Al parecer estaba en un punto de no poder más, de no soportar la carga de sus propios errores.

Y yo estaba allí, frente a él, el hombre que había marcado la vida de Elizaveta para siempre, pero que ahora, más que nunca, parecía tan roto como seguramente lo estaría ella. Alzó la mirada hacia mí, la boca apretada, su voz, sonó rasposa y vacía, como un eco lejano.

—Hazlo y acaba con esto de una vez —susurró, con sus ojos llenos de desesperación.

Había algo en ellos que me hizo sentir como si estuviera atrapada en una tormenta, una tormenta de su culpa y de angustia.

En ese momento aparecieron Izan y el señor
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