El filo de la espada se detuvo a centímetros de mi cuello.
—Muerta otra vez —dijo Kael, bajando la hoja con una mirada severa.
Llevé una mano a mi garganta, sintiendo el ardor del esfuerzo. Mi respiración era rápida, entrecortada, y el sudor se deslizaba por mi espalda en un rastro helado. Otra vez. Había perdido el equilibrio justo en el último segundo, dejando una abertura lo suficientemente grande como para que Kael se deslizara dentro de mi guardia sin esfuerzo.
—No fue tan malo —bufé, tratando de ignorar la frustración que me quemaba la piel.
Kael arqueó una ceja.
—Si estuviéramos en una pelea real, estarías en el suelo sangrando —dijo—. O peor.
Rodeé los ojos y recogí la espada del suelo, apretando la empuñadura con fuerza.
—Tal vez deberías intentar motivarme en lugar de amenaz