Cuando Kael entró en la sala del consejo, ya sabía que la reunión iba a ser un desastre.
Los altos mandos de los Vigilantes estaban sentados en la mesa redonda del centro, con sus rostros tensos y miradas que oscilaban entre la preocupación y la furia contenida. Documentos, mapas e informes de ataques recientes estaban desperdigados por la mesa de madera oscura, pero lo que realmente hacía el aire denso no eran los papeles. Era el miedo.
—Los ataques están aumentando —dijo un hombre de túnica azul, su voz grave y tajante—. Criaturas que jamás se habían atrevido a salir de las sombras están ahora invadiendo nuestras calles. No podemos seguir ignorándolo.
—Nadie está ignorándolo, Dorian —replicó Kael, cruzándose de brazos—. Estamos rastreando a los responsables.
—Y ¿qué hemos encontrado? —La mujer a su lado entrecerró los ojos—. Nada. Solo suposiciones y pistas a los medios.
Kael presionó la mandíbula. No soportaba la política, las reuniones eternas donde se lanzaban acusaciones como da