Cap. 119. Las reglas del clan.
Narrador omnisciente:
—Juro que no miento. S-señor, cuando ustedes se fueron al hospital, un servicio de entrega llegó con el paquete. Decían que era el vestido de la señora. Yo… yo solo lo guardé en el cuarto de servicio. ¡Juro, que no sé nada más! —explicó la sirvienta, totalmente asustada, y sin poder mirar los ojos de Alexandros, puesto que su fiereza intimidaba a todos los empleados
Alexandros no respondió. Solo tomó su teléfono y buscó las grabaciones del cuarto de servicio. Pasaron unos segundos de tensión densa, y cuando el video cargó, ahí estaba Helena entrando con su andar altivo, cambiando las fundas y mirando directamente a la cámara con una sonrisa burlona.
El rostro de Alexandros se contrajo, los músculos de su mandíbula se tensaron hasta el límite.
Bajó el teléfono lentamente, y en su rostro ya no había furia… había una calma escalofriante.
—Pendeja maldita… —murmuró con voz áspera—. Lo hizo a propósito para burlarse de mí.
Apretó los dientes con tanta fuerza que