CAPÍTULO 41

Atina

El amanecer llegó con los restos de un extraño sueño aún presentes en mi mente. Incluso en sueños, fue impactante ver a Esperida. Así de cautivadora era. Su resplandor. Su imponente presencia. La naturaleza salvaje e impredecible de su sonrisa, hasta su forma de moverse, ágil y grácil como un ave de pantano.

En el sueño, ella estaba en un espejo o quizás me observaba a través de él, el cristal, liso y tembloroso como un charco de lluvia. Me quedé frente a él, temiendo mirarla directamente, como si mirarla a la cara fuera violar las mismas leyes que separaban el mundo de los vivos del de los muertos. Y justo cuando reunía el valor, justo cuando estaba a punto de alzar la vista hacia ella, un vapor blanco se extendió entre nosotros y desperté.

A pesar de la inquietante sensación que me dejó el sueño, estaba decidido a aprovechar al máximo el día. Cuando los primeros rayos de luz entraron en la habitación e iluminaron el sillón donde había descansado ayer, me levanté enseguida, fui
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